Si bien este año ha sido mejor que el pasado en cuanto a la calidad de las exposiciones colectivas e individuales en Chile, el circuito continúa adoleciendo de unos proyectos artísticos cortoplacistas y de bajo perfil (más que artistas, hay gente que hace arte), unas instituciones públicas anacrónicas, un apoyo privado ausente, un trabajo curatorial …
Si bien este año ha sido mejor que el pasado en cuanto a la calidad de las exposiciones colectivas e individuales en Chile, el circuito continúa adoleciendo de unos proyectos artísticos cortoplacistas y de bajo perfil (más que artistas, hay gente que hace arte), unas instituciones públicas anacrónicas, un apoyo privado ausente, un trabajo curatorial bajo cero y una crítica de arte invisible. De tal manera que se ha instalado alrededor de este circuito un horizonte de sucesos, una franja espacio-temporal en la que los que están dentro no pueden escapar, y a los que están fuera no les puede afectar lo que allá ocurra. Stephen Hawking debería dejar de mirar a las estrellas y acercarse a Chile para demostrar su teoría.
Quizás el año quede como aquel en el que pasó la movida del robo de los Damien Hirst en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC), Los Jaivas y el olor a orina. Pero no nos obsesionemos con eso, sino con su consecuencia: la exposición de la colección privada de Juan Yarur, que nos permitió admirar algunas obras de arte internacionales de gran calidad.
Lo mejor
En el 2013 pudimos disfrutar de exposiciones de mejor nivel que en el 2012 (dejando de lado las individuales de Norton Maza y de Juan Castillo, y el Circuito Temporal, al estar vinculado profesionalmente), como la demostración de sensibilidad y habilidad técnica de Enrique Matthey y la fotografía posmoderna de Wolgang Tillmans en el Museo de Artes Visuales MAVI, la fascinante oscuridad y las relaciones establecidas con archivos locales en la retrospectiva de Joel-Peter Witkin y la Bienal de Artes Mediales del Museo de Bellas Artes, las individuales en la Galería Patricia Ready de Claudio Correa y de Demian Schopf, o las restituciones históricas de Local.
Y uno puede albergar un vago sentimiento optimista gracias a los interesantes y prometedores trabajos de artistas jóvenes, como Sebastián Rojas, Rodrigo Arteaga, Miguel Soto, Jaime Compan, Paula Urizar, Cristián Inostroza o Alejandro Rebolledo. Es de aplaudir la iniciativa “Efemérides: Fragmentos selectos de la historia reciente de Chile”, exposición que permitió a un grupo de artistas contemporáneos intervenir en las salas del Museo Histórico Nacional, entre los que destacaron Livia Marín, o Bernardo Oyarzún con sus lanzas (¿inspiradas en la exposición de Los Carpinteros en el Centro de Arte Faena de Buenos Aires?), quien, por cierto, a punto estuvo de quedar atrapado por perpetuidad a principios de año en un limbo de aeropuertos (para los que estudian en la Universidad de Chile, un no-lugar) al denegarse su entrada en Panamá para participar en la Primera Bienal de Sur. Aquí va una selección de los cinco mejores:
5.- Gabriel Holzapfel, “Sobre”, Centex, Valparaíso.
Muchos trabajos artísticos en este 2013 recordaron el Golpe de Estado del 73. Pocos lo hicieron con la sutileza y poética de este joven artista, recolector de memorias colectivas. Emitió cartas a las víctimas de la Dictadura Militar, y luego borró lo escrito. Los restos que deja la goma al borrar fueron expuestos. Es una de las instalaciones que expuso en el Centex, cuyo anterior uso fue el de edificio de correos. Holzapfel es capaz de generar, con pequeños gestos y recuperación de objetos olvidados, emociones imborrables.
4.- La performance de José Balcells, Valparaíso
Año de elecciones y por tanto de artistas llamando a fotógrafos para dejar testimonio de apoyos políticos, para luego poder acudir al pesebre con la factura en la mano. Tuvo que ser un veterano el que deconstruyera esa tradición tan maligna con una performance política paródica. José Balcells convocó a los fotógrafos pero no para que le inmortalizaran dando besos a Bachelet, sino para que fueran testigos de un arranque de ira. Balcells regresó de Buenos Aires y se encontró con que una pancarta de propaganda electoral cubría su escultura Valparaíso, situada en el Nudo Barón. Le salía espuma por la boca. Allá que fue hacha en mano. Su acción artística consistió en atacar el cartel como un Jack Torrance católico (The Shining, Stanley Kubrick, 1980), liberando su escultura de la dictadura del marketing electoral, auténtica lacra de la pseudo-democracia actual.
3.- Luis Camnitzer y Waldemar Sommer, MAC Quinta Normal y Museo de la Memoria
No sólo pudimos disfrutar de grandes obras de Luis Camnitzer gracias al MAC Quinta Normal y Museo de la Memoria, sino que contamos con la presencia del artista, quien dictó varias conferencias en Santiago. Camnitzer realizó piezas nuevas para las exposiciones, que fueron montadas con austeridad e inteligencia junto con las antiguas. Un artista honesto que lleva décadas provocando reflexiones con sentido del humor, y luchando por situar al arte latinoamericano donde le corresponde. Waldemar Sommer, un crítico de arte con mercurio en las venas y con una escritura que a su lado Góngora es un posmoderno, también provoca reflexiones, aunque de otra índole. Acudió en cuadriga a la inauguración de la expo, y se presentó frente a una obra de Camnitzer, que le parecería como del siglo XXIII. Unas peanas, unos folios en blanco y un sello de goma con la firma del artista. La idea es llevarse una obra “original” de Camnitzer, un folio sellado. Demasiado complejo. El Sommersaurio agarró el sello, esbozó un gesto simiesco, y lo estampó sobre la peana. Según llegó, se fue. Ahí quedó su huella indeleble en la exposición de Camnitzer, que vio como su retrospectiva individual se transformó en una muestra bi-personal ante la atónita mirada de los cocteleros habituales, la mafia del canapé templado.
2.- Natalia Babarovic, “Cómo desaparecer completamente”, MAVI
La auténtica reivindicación de la pintura vino de parte de Natalia Babarovic, quien hizo un despliegue visual en todas las salas del MAVI con cuadros de pequeño, mediano y gran formato. Referencias a la historia del arte contemporáneo, a Youtube, a personajes históricos o a Radiohead. El tema es secundario. El sortilegio funcionaba al crear un ambiente desapacible, tétrico, con economía de medios. Con un juego cinematográfico de ida y vuelta. El gran óleo de una piscina vacía provocaba una angustia y un suspense sin necesidad de acudir a lo obvio. Albergo dudas acerca de la pequeña sala, en la que quedaron relegados pequeños retratos variopintos, dejando la sensación de restos de taller inconexos, a pesar de contener el eje central de la exposición, la canción de Radiohead How to disappear completely, a través de un retrato del cantante Thom Yorke, que se repite hasta su casi desaparición en un ejercicio de tautología brillante.
1.- Javier Chorbadjian, “Tiempo alto”, MICH
Sirva como puntal de todo el trabajo realizado durante el 2013 por el colectivo MICH, Museo Internacional de Chile, quienes desde su modestia y precariedad se han erigido por méritos propios como, efectivamente, el Museo Internacional del país. Curatorías en el extranjero, talleres, conciertos, exposiciones con línea temática coherente, sitio web con discurso teórico. Y todo ello desde un diminuto departamento de Providencia. Las exposiciones se agruparon bajo dos premisas: artistas desconocidos u obras de arte desconocidas de artistas conocidos. De entre los primeros destaco a Javier Chorbadjian.
Abogado de profesión, fotógrafo de pasión. Tiempo alto es una selección de instantáneas tomadas en fiestas de matrimonio. Pero no las típicas imágenes forzadas y aburridas, sino la cara “b” de las bodas. Borrachos, exaltados, parejas calientes, vestidos arrugados, posturas imposibles, lugares secundarios. Todo ello con un encuadre acertadamente equivocado, coherente con lo representado. El diseño de la invitación, torcido, agregaba significado y sentido. Una mirada distinta hacia el rito del matrimonio y la cultura de la fotografía de eventos, y un soplo de aire fresco a la fotografía contemporánea chilena.
Lo peor
Muchas cosas malas, muy malas, peores y horrendas han acontecido en el horizonte de sucesos de las artes visuales chilenas. Desde el manual “Cómo destrozar una buena exposición con una mala iluminación” en la retrospectiva de Hernán Miranda en el Museo de Bellas Artes, el conceptualismo sin salida de Rodrigo Vergara en la Galería Patricia Ready, el fallido fallo de Rodrigo Vargas en Galería Temporal, Camilo Yáñez en d21, o incursiones inexplicables en espacios donde entra público, como las individuales de Virginia Huneeus en el MAC Parque Forestal o Ximena Velasco en la Sala Gasco. Pero el horror no estaba en la mirada del Coronel Kurtz (Apocalypse Now, Francis Ford Coppola, 1979). Estaba aquí:
5.- Víctor Mahana, “Cuando desperté no había nadie”, Museo de Bellas Artes
Lo de Víctor Mahana es para mear y no echar nada. En su exposición del Bellas Artes hace un alarde de pretensión sin anclaje, de grandilocuencia sin vocalizar, de ambición sin vergüenza. Una muestra del siglo XIX de un artista con aires del siglo XIX. Divinizado y con un discurso decimonónico, nos premia con una muestra de óleos de academia (en el mal sentido), imbuido en un trance filosófico-chamánico. Cuando despierte, efectivamente, se dará cuenta de que no hay nadie. Cuadros realistas con errores de colegio. Aunque el éxtasis paródico se localiza en su sitio web, en el que, entre otras perlas, Víctor se realiza una autoentrevista (concluyo), a lo Truman Capote. Sin ser ni Truman ni Capote. He aquí un extracto:
¿A qué crees que se debe el éxito mediático y de público?
Creo que me conecté con un sentir colectivo y me hice parte de los acontecimientos que son de común preocupación para todos. Además son obras atípicas dentro del medio artístico nacional e incluso dentro de mi propio quehacer. No tienen concesiones, no hay temas tabú, no hubo obligación de hacer las obras para vender.
4.- Catalina Rojas, “Chile a la Luz”, Museo Arte de Luz, Río Mapocho
Era casi imposible hacer algo tan feo sobre el Mapocho que te hiciera olvidar lo feo que es el Mapocho. Pero vaya, que con un poco de esfuerzo, se puede. Catalina Rojas perpetró una mala suerte de mapping (ella lo llama “muralismo de luz”) sobre el Río Mapocho, proyectando con grandes y costosos equipos imágenes de cuadros de flores, animales y personajes in-identificables sobre las orillas. Las formas quedaban distorsionadas de tal manera que nadie era capaz de distinguir una mierda. Sólo se vislumbraban colores que cambiaban sobre el lecho marrón del río, como una discoteca Low-fi en un inquietante silencio. De vez en cuando te alegrabas porque podías divisar una figura humana. Espera, un momento ¡Si es un vagabundo! El “Chile a la luz” derivó en una luminotecnia apoyada por la Municipalidad, con ayuda privada (para una vez que hay apoyos privados al arte…) cuyo destino final sería alumbrar a los asustados vagabundos que intentaban dormir debajo del puente. Me imagino a los mendigos, convertidos en crueles experimentos psicodélicos, diciendo; putalaweá, se gastan toda esta plata en vez de en darnos colchones en tirarnos luces para que nos sapeen los turistas. A ver quién pega ojo.
3.- Magdalena Atria, “Love and space”, MAVI
Me sentía mal, como asustado. Y no sabía porqué. Meses después, viendo The Shining, de Kubrick, me vino el resplandor…
Coño qué miedo.
Resulta que Magdalena Atria está usando técnicas de publicidad subliminal para hacerte sentir mal. Siguiendo la invitación, concluimos que el MAVI es la habitación 237.
Entras y el espanto te espera. Mucho space y muy poco love. Atria expuso piedras pintadas, cestos de mimbre, esculturas-mancha, alfombras y volantines de colores. Lo que hay dentro de la habitación de un hotel como el Overlook. Una amalgama de mobiliario decorativo más propia de un MásDeco Market que de una sala de arte. A mí, si me hubiera venido el negro de The Shining a decirme que no entre ni loco en la 237, virgencita que le hago caso. airta. redrum.
2.- Varios artistas, “Ruta Trasnochada”, Museo de Bellas Artes
Jorge “Coco” González Lohse (como promotor), Carlos Araya “Carlanga” y Mauro Jofré aparecen como gestores de una cosa que en principio iba a ser un homenaje a la Generación del 13. No se sabe cuántos psicotrópicos después, entendieron que lo más lógico era hacer una expo a tres tiempos, en la que se harían a sí mismos una retrospectiva, junto con obras de la Generación del 13 y cientos de cuadritos de amigos suyos en una sección llamada “Levantamiento histórico-emocional”. No me digan que no es delirante.
Se elevan al nivel de la Generación del 13 porque asínomás, mostrando, para más inri, documentos personales, fotografías y demás bártulos en un ejercicio hagiográfico premortem sin siquiera preguntarse si tienen el talento necesario para ello. Y no, no lo tienen. Lo del muro con los cuadritos de los amigos es algo que, rollo Facebook, relega los trabajos a una mera decoración secundaria, reforzado por la aparición de mesas y sillas (tres). Imagino a los artistas invitados al desaguisado buscando su obra: “mira ese es el mío. Pero cuál, ¿ese?, no, el que está entre el monito rojo y el paisaje nocturno”. Es la cocoquización del arte chileno, en la que todos somos amigos, trabajamos de manera informal, pero la gloria (formal) se la llevan las estrellas auto-designadas. Jorge “Coco” González Lohse dice que no se considera curador, porque no está de acuerdo con la concentración de poder que conlleva. Efectivamente la suya no es una curatoría. Es una caraduría.
1. Alfredo Jaar, “Venezia, Venezia”, Bienal de Venecia
Sobre el patinazo de Jaar en Venecia en el Pabellón Chileno ya he dicho suficiente. Una pena que un artista con una carrera sólida –maltratada en Chile– y obras que forman ya parte de la historia del arte contemporáneo haya quedado ahogado víctima del fenómeno de acqua alta veneciano, entre aplausos y vítores de sus esbirros. Para el 2015, Pabellón Chileno de Venecia para Magdalena Atria, organizado por González Lohse, con muralismo de luz de Catalina Rojas proyectado sobre los canales y Víctor Mahana de entrevistador.