
Sergio Soto y Catherina Campillay, integrantes Punto de Fuga, Revista de los Estudiantes de Teoría e Historia del arte, Universidad de Chile.
Así que para esta crónica/entrevista planeo un viaje. Soy freelance, así que intuirán que un viaje por Santiago. Planeo un viaje triangular. Macul, Vitacura, Santiago Centro. A la Revista Punto de Fuga, que inicia geográfica y simbólicamente este recorrido, la revista La Panera bajo el alero de la galería Patricia Ready y la Editorial Metales Pesados.
Antes, unas palabras
Y bueno, este es el fin. Hoy nos despedimos de Arte y Crítica. Como muchos antes de nosotros, otros espacios han caído. Pero la pequeña lápida estampada en la portada digital de la hoja de ruta, ese documento que nos llega a los colaboradores de este medio antes de cada número, contándonos de qué va y que esta vez anunció “cese de actividades” no logró deprimirme. En cambio, he decidido meter las manos en la masa, dejar los pies en la calle, hacerme pasar o pecar de ese oficio tan dilapidado por nuestro medio: pasar un rato por periodista.
Así que para esta crónica/entrevista planeo un viaje. Soy freelance, así que intuirán que un viaje por Santiago. Planeo un viaje triangular. Macul, Vitacura, Santiago Centro. A la Revista Punto de Fuga, que inicia geográfica y simbólicamente este recorrido, la revista La Panera bajo el alero de la galería Patricia Ready y la Editorial Metales Pesados.
Ahora bien, más allá de las preguntas fundamentales acerca del “estatuto de la crítica”, del “aparato crítico” o de “los diez outfits imprescindibles para todo crítico este verano”, las preguntas que motivan esta crónica son: ¿De dónde proviene todo? ¿Quién publica? ¿Cómo se publica? ¿Cuál es el recorrido material, geográfico y por qué no, espiritual de todo el que quiera comenzar en este medio?
Ahí donde todo comienza: Revista Punto de Fuga
Punto de Fuga es la revista de los estudiantes de Teoría e Historia del Arte de la Universidad de Chile. Fundada en el 2006 y con financiamiento tanto del Departamento de Magíster de la misma carrera como –recientemente- del Departamento de Pregrado, el Comité Editorial de la revista genera dos publicaciones al año, una de tipo dossier y otra con los textos presentados en el Encuentro de Estudiantes que se celebra todos los años en Las Encinas, y que reúne a expositores y asistentes de esta y otras universidades, de otras disciplinas y hasta uno que otro estudiante de artes visuales llamado por la curiosidad o por el café y el vino gratis que el generoso comité (o el generoso departamento de Teoría) provee esos días.
Aquí es donde todo comienza, me dije. La primera publicación de casi todo curriculum de los estudiantes de la carrera de Teoría de la Chile. Ellos los futuros críticos, investigadores, curadores, cuasi periodistas del arte, si hay suerte y mucho trabajo. Así que una tarde de agosto tomé mi vieja Oxford (porque eso de estar sentado detrás del computador todo el tiempo hace mal, me dije) y partí a Las Encinas a encontrarme con Catherina Campillay, Fernando García y Sergio Soto, tres de los integrantes del equipo editorial de la revista. Apenas llegué a la Facultad de Artes, ubicada en el Campus Juan Gómez Millas en Macul, me invadió ese desanimo que los últimos años permeó mi relación con ella. Su imagen de galpón destartalado, los pasillos grises de cemento crudo, a la intemperie, como materialización arquitectónica de su precariedad institucional. La falta de color en general. La falta de flujo estudiantil. Ay, la falta.
Me encuentro con Catherina en el casino, el único lugar calefaccionado de la facultad. Pasan unos minutos y llegan Sergio y Fernando. Salimos del casino, seriamente abrigados, y bajamos unas escaleras interiores que llevan a las salas que están en el subterráneo y que tienen salida hacia el “patio inglés”, como llaman a ese pasillo de madera embutido a dos metros de la tierra que lleva a las salas del costado poniente del edificio. Nos acomodamos en la sala que sirve de centro de estudiantes y les pido que me cuenten un poco sobre la revista.
El comité todos los años abre dos convocatorias dirigidas a los estudiantes de artes para recepción de textos. En relación a los criterios editoriales, me cuentan que todo depende básicamente de quienes integren el comité en un periodo de tiempo determinado y la continuidad de este depende casi absolutamente de la motivación y del compromiso de sus integrantes. Uno de los desafíos de este comité es reforzar constantemente el lazo entre la revista y los estudiantes, me cuenta Sergio Soto. Así, los autores leídos, los temas tratados, las investigaciones realizadas o los artistas y problemas que se estén tratando en las clases, van generando un ritmo propio de los temas que los alumnos comienzan a investigar o a pensar por cuenta propia y, a la vez, funcionan como un espejo de los problemas que interesan a los docentes de la facultad, entre los que están Sergio Rojas, Guillermo Machuca, María Elena Muñoz, Federico Galende y Soledad Novoa, entre otros. Todos ellos con activo trabajo de publicación o investigación. Caterina agrega “el año pasado el tema fue ‘Institucionalidad del arte en Chile’ y llegaron muchos textos, pero muy pocos de la carrera de pregrado, casi …uno, el de nosotros” dice mirando a Sergio, “el resto era gente de otras partes, de otras universidades o incluso egresados, que ya estaban metidos en un campo más profesional. La idea de nosotros es llamar la atención de la gente que está en el pregrado, entonces habíamos fallado un poco en el tema en la medida en que no habíamos llegado al público que queríamos”.

Integrantes Punto de Fuga, Revista de los Estudiantes de Teoría e Historia del arte, Universidad de Chile.
En relación a su financiamiento, el hecho de que venga de una entidad pública puede volver todo bastante complicado y es una de las razones por las cuales el comité, desde hace varios años, no ha podido seguir el ritmo del tiempo cronológico y ha tenido que someterse a la soberanía de la burocracia. Catherina trata de explicarme un poco de dónde viene el problema: “Hay una cuestión histórica en cómo nos financiamos. Los tiempos no pueden ser muy ágiles, como es del departamento, todo se licita por Chile Compra” (La Dirección de Compras y Contratación Pública) “entonces se va a concurso y es todo un trámite engorroso en primera instancia. Eso ya genera una demora, pero también a eso se fueron sumando otros factores que también demoraron el tema…”. “Hasta donde yo sé, fue negligencia del diagramador”, lanza Fernando, menos paciente. “Claro” continúa Catherina, “de repente teníamos problemas con el diseño. Otras revistas quedaron en el límite entre el cambio de los equipos editoriales y quedaron medio abandonadas, entonces la generación siguiente ya no se hacía mucho cargo. Todo eso ha generado que las cosas se retrasen. Nuestro objetivo ha sido agilizarlo. Pero claro, tampoco es que vayan a salir de un mes al otro”
Este año lanzaron la del 2011. “Eso cuenta cuatro años de atraso”, calcula Fernando. “Pero la página web es lo que funciona con más autonomía”, me aclara Catherina. “Esa es la parte donde nos chasconeamos más”, agrega Fernando. La página, conectada con Facebook, funciona más en la dinámica de “plaza pública”, me dice. Además pueden responder a hechos particulares, reseñar muestras o tratar temas contingentes. Ahí tienen, además, una declaración de principios que redactaron hace un par de años.
Me impresiona que Catherina y Fernando persistan en el comité desde el 2012 y que Sergio haya decidido integrarse hace apenas un año, aún sabiendo todas las trabas que tienen que pasar para llevar a cabo el trabajo. “¿No les desanima trabajar en una revista que prácticamente no van a ver en cuatro años más?”, les pregunto, intentando no desubicarme. “Yo creo que nuestro objetivo en la revista ha sido regular eso. Cambiamos al diagramador, por ejemplo. Gestionamos los fondos del pregrado y ahora vamos a sacar este número doble.” Con el número de la revista y del encuentro de estudiantes en un solo tomo. “En el fondo estamos metidos en todos los problemas que pasan quienes están están en la Chile”, dice Fernando, en un tono tragicómico que nos hace reír. “Se van repitiendo en distintas escalas”, reflexiona Catherina.
Entonces me voy en la onda nihilista “¿Qué les motiva a continuar con el proyecto?”, les pregunto. “La conquista de lo inútil”, bromea Fernando. “No sé si hay una gran razón. Es como un problema de facto que estaba ahí y el motivo de participar era más bien pensar el problema de la escritura de arte, empezar a trabajar con eso y empezar a trabajar con papel, con la materialidad misma de la escritura. ¿Y por qué?, porque es el gran sentido que tiene esta carrera, porque pueden haber muchas disciplinas, la historiografía, la estética, la gestión, etc., pero todas ellas tienen un punto central que es la escritura, es el objeto común de todas.” Nos quedamos un rato en silencio hasta que Caterina agrega: “En el fondo vemos en el proyecto un espacio que tiene cierto fin igual dentro de la carrera. A pesar de todos los problemas no creemos que sea algo que deba ser abandonado todavía. El Encuentro yo creo que es la instancia que mejor funciona porque nunca se ha dejado de hacer, siempre han llegado cosas, nunca ha quedado a la mitad. Perder la batalla sería abandonar la creencia en la importancia de la escritura en la carrera”. “Especialmente ahora que la carrera entra en un proceso de especialización” agrega Fernando, “y eso no es necesariamente malo, pero es un peligro que empiecen a armarse bandos intelectuales o bandos de pensamientos que no dialoguen entre sí”
Así que hay algunos que, a pesar de las dificultades, no pierden las esperanzas. “¿Quisieran agregar algo más?” les pregunto. “¡Manden textos!”, dice Caterina con entusiasmo y todos reímos.
Pero es en serio, manden textos.
No solo de pan vive el hombre (pero igual sí): el caso de La Panera
Mi siguiente parada es Vitacura, así que me dirijo al metro Los Orientales para comenzar un largo recorrido “metro-micro-pie” para llegar a la Galería Patricia Ready, donde a las cinco de la tarde quedé de ver a Susana Ponce de León, la directora de la revista La Panera, la revista cultural con soporte material de libre circulación más exitosa del país, que con cinco años de funcionamiento ya tiene 64 números a su haber. Susana Ponce de León, luego de casi 30 años en El Mercurio, se avoca a la tarea de dirigir, por petición de Patricia Ready, una revista cultural que reúna desde las Bellas Artes pasando por las reseñas de las últimas grandes exposiciones, tanto en Chile como en el extranjero, recomendaciones de películas y libros, reseñas de ópera y teatro, crónicas hilarantes y no tanto, algún artículo sobre la escena musical, hasta lo más reciente en novela gráfica. Es decir, un medio que reúne variedad, escritores interesantes, temas desde lo disciplinar a lo pop y, desde el punto de vista del colaborador, donde el medio funciona. Financiamiento, circulación y constancia.
Hace calor, lo siento en el último tramo que me queda para llegar a la galería, pero no quiero desabrigarme y llegar sudorosa y destartalada. Buscando la sombra de los árboles, camino con prisa distrayéndome en cada cuadra con las casas gigantes, a ratos hermosas, a ratos horribles, que configuran el barrio donde está ubicada la galería. Algunas parecen casas de playa, otras casa de fundo, otras pequeñas embajadas. Solo algunas parecen solo “casas”, pienso. A las cinco en punto estoy ahí, y como no sé como se ve Susana, pues no hay ninguna foto en internet, recorro firme y derecho, para no equivocarme, el largo patio que configura la entrada de la galería hasta atravesar las puertas de vidrio, impecables, que dan directamente a la sala de exposiciones. Cruzo el pasillo al costado de ella y llego a la amplia recepción. Allí, me dirijo directamente hacia la mujer detrás del mesón y le digo de manera innecesariamente impetuosa que estoy ahí para ver a Susana. “Espérame un poquito” me dice. Finalmente, luego de unos minutos, Susana aparece.
Entramos a la oficina donde se trabaja La Panera, con paredes de vidrio, una larga mesa blanca con sillas a juego, dos o tres escritorios acomodados alrededor y una calefacción constante en todo el edificio. Después de sentarnos, Susana me pide que le cuente un poco qué estoy haciendo. Le cuento sobre el recorrido que intento armar, sobre esto de la ruta de la crítica de arte. Me sugiere que ocupe una silla más cercana a la cabecera, donde ella está sentada y comenzamos rápidamente la conversación, en relación a una de las cosas que caracteriza a La Panera, que son sus autores. “En El Mercurio, lo único que me guiaba en ese sentido eran dos cosas que para mí tienen que ir indisolublemente juntas. Que sepan mucho, que tengan un background realmente sólido sobre lo que están escribiendo y, por otro lado, que tengan un gran amor por lo que hacen. Siempre mi idea ha sido que se necesita una cabeza con experiencia y con criterio, pero también se necesita la sangre joven. Para mí lo ideal es esa mezcla. Hay tanta gente talentosa muy joven y que no tiene espacio. Gente con mucho, mucho talento, más sólido que muchas personas de más edad que yo conozco y además con ideas nuevas, con puntos de vista nuevos que son muy estimulantes y eso me gusta. Eso trato de tener en La Panera. En La Panera tengo gente de todas las edades.” La mayoría son periodistas, me aclara. Con especializaciones, sí. Con doble nacionalidad. Una patita en el arte y otra en el periodismo.
“En cuanto a las críticas, para mí siempre, en El Mercurio y en todas partes, pedí que los críticos tuvieran una base muy sólida. Yo no creo en una persona que pueda hacer crítica de ópera, de ballet, de libros, de teatro. No. Eso no existe. Porque para hacer una crítica, para empezar, hay que tener mucho respeto por los artistas, y no es respetable no saber bien sobre un tema e ir a criticarlo. Además que puedes destrozar a alguien sin base, porque a ti no te gustó nada más, por una cosa más bien hormonal. Entonces, lo único que me importa en ese sentido es que sea alguien muy bien preparado. Y positivo”, cierra Susana. “O propositivo al menos”, agrego. “Sí, por lo menos.”, afirma.
Pienso inmediatamente en ciertas críticas, sobre todo a algunas muestras en el MAC o en el Museo Nacional de Bellas Artes que, aunque no todo lo dañina que puede llegar a ser una “crítica”, han hecho hincapié en malas curatorías, malas selecciones o malas muestras de frentón. “¿Cuándo una mala crítica es por destruir y cuándo es por pensar el estado de las cosas?”, le pregunto en relación a esos textos que han aparecido en su medio “Porque he leído algunos artículos que evalúan mal algunas exposiciones”, agrego. “Por supuesto”, me dice, “es que eso es lo que yo considero una crítica constructiva, positiva, porque no se hace con el afán de destruir algo. Además, la crítica a una institución es algo que va más allá de criticar a un artista al que puedes llegar a destruirle la carrera. Yo, la única línea que les impongo es la que te digo: una cosa positiva. Aquí estamos todos para difundir la cultura de la manera más amplia posible, ética. Pero son cosas como valores humanos en el fondo. Yo creo que eso es. A mí me interesa primero la persona, después el profesional, y eso es lo que evalúo siempre. Y cuando están las dos cosas alineadas: ¡perfecto!”
Me paso un rato tratando de desentramar la fórmula de Susana, la fórmula que ha logrado hacer de La Panera lo que es, o en verdad lo que yo creo que es: un medio transversal y de calidad. Pero no puedo evadir el asunto de los fondos. La revista recibe la inyección de dinero necesaria como para pagar a sus colaboradores, ser diagramada e impresa en buena calidad y distribuirse. Y esto último es quizás lo más importante en toda publicación y lo que caracteriza a La Panera: Está en todo Chile and beyond. “La ley de donaciones culturales no nos sirvió mucho, por eso nos salimos” me aclara Susana. “La Panera funciona exclusivamente por la generosidad de Patricia Ready y su marido Juan Carlos Yarur. Ellos aman La Panera y Juan Carlos pone plata de su bolsillo. Porque los avisos que hay son de BCI, son de… son todos de los Yarur, excepto La Tercera. Pero lo de La Tercera es por canje. Ellos distribuyen 6000 ejemplares, entonces piden el aviso, porque tú sabes, distribuir es caro. Ellos empezaron desde el primer número, sin saber si La Panera iba a ser buena o mala.”
La Panera distribuye 20 mil ejemplares gratuitos al mes y llega a todo Chile a través de la DIBAM e internacionalmente a Harvard, Stanford, Texas, Minnesota, Toronto, Berlín, y a bibliotecas, centros culturales y museos en Chile y otras partes del mundo. “Todo eso ha sido espontáneo” me aclara Susana “La han pedido.”
Entonces, intento formular la pregunta obvia pero lo más delicadamente posible, aunque como podrás leer –porque la voy a transcribir textualmente– lo delicado no resultó: “Bueno, al parecer La Panera…podría parecer que La Panera funciona porque tiene los recursos necesarios para funcionar…”.
Sí, pensarán que no es tan desubicada la pregunta, pero qué viene a cuestionar una chica de 25 años la fórmula del éxito de una periodista con más años de experiencia que lo que llevo yo de vida. Para mi sorpresa, Susana me interrumpe ahí y replica: “¡Exactamente! Como están las cosas en este momento, si no estuviera Juan Carlos Yarur, no sé si podríamos seguir funcionando, porque nos ha costado mucho vender avisos. A toda la gente le fascina La Panera (…) Pero aquí en Chile las cosas relacionadas al arte y la cultura funcionan con mucho éxito cuando son gratis, pero cuando tú pides plata…” Termina la frase con un gesto de resignación. “Yo fui jefa de redacción de la revista Ópera muchos años y ninguno ahí ganábamos un peso, la revista se regalaba. La única revista de ópera que había en Latinoamérica y murió por eso, porque no había plata. Todos trabajábamos gratis”, me cuenta.
Conversamos un rato más sobre sus referentes, lo que lee, los medios que prefiere. Todo muy largo para contarlo ahora. Le cuento que trabajo en una librería. Quedo de recomendarle algunos escritores jóvenes. Me pregunta sobre el cierre de Arte y Crítica, trato de explicarle un poco lo que pasó. Me cuenta sobre el proyecto digital que están tratando de levantar, Mira Cultura. Me acompaña a la salida. Antes de irme, me llaman la atención los números anteriores de La Panera sobre la mesa de café, todos con un timbre azul sobre su portada.
No sacar, advierte el timbre.
Última parada: Editorial Metales Pesados
Son las seis de la tarde y ya empieza a oscurecer. Entro a la librería Metales Pesados, en José Miguel de la Barra, barrio Bellas Artes, que como nunca y por el frío está con sus puertas de vidrio y metal cerradas. En el mesón principal está Sergio Parra. “¡Kati, qué hacés!” me saluda con efusividad. Tanta efusividad que siento que soy la primera persona que entra en mucho rato. Le digo que estoy ahí para ver a Paula. Me refiero a Paula Barría, socia y fundadora de la librería y la editorial Metales Pesados junto con Parra. Saludo a Diego, que trabaja detrás del computador y a Max, que está en la mesa al fondo de la librería poniéndole precio a los libros en la primera página con un portaminas. Diego llama por teléfono a Paula a la editorial, que está al lado del café Soma (ese de los batidos de marihuana sin THC y todo el rollo) y me siento a esperar mientras converso con Parra. “Paula no da entrevistas”, me cuenta, con los brazos apoyados en el respaldo de la silla roja que está siempre en el mesón. “¿En serio?”, le pregunto, escéptica. “En serio. Es un favor que te hicimos tus compañeros de trabajo”, bromea. Aunque al rato me entero que es cierto. Paula es reservada en ese sentido y es Sergio quien aparece constantemente en los medios, pero pocos saben que Paula Barría es quien se encarga casi en totalidad de la editorial.
Llega Paula a la librería y vamos al café Da Lucía, contiguo a la librería, donde normalmente se puede ver tanto a Sergio como a Paula tomando un café con artistas, escritores, editores o investigadores. Es como su sala de reuniones. Nos sentamos, pedimos dos capuchinos y luego de poner al tanto a Paula respecto a lo que vengo, me cuenta sobre los inicios de la editorial.
La Editorial Metales Pesados ya tiene ochenta libros publicados desde el 2006, donde setenta aún están vigentes. Comenzaron publicando dos libros al año los primeros cuatro años. Ahora van en ocho y Paula piensa que este año llegarán a diez. Sus dos primeros títulos, a diferencia de la línea más dedicada a la estética y la filosofía que hoy los caracteriza, fueron de narrativa. “Pensábamos publicar libros que ya estaban desaparecidos. Que fueron publicados, que circularon y tuvieron su impacto, pero que ya no estaban. Ahí pensamos en publicar Ángeles Negros, Montacerdos y luego Márgenes e Instituciones y la reedición de El espacio de acá. Todos textos que habían circulado y que ya no estaban” Hoy, El espacio de acá de Ronald Kay está agotado y Márgenes e Instituciones de Nelly Richard va en su tercera edición.
Dentro de las primeras motivaciones estuvo algo que todo quien trabaje en una librería puede notar: hay textos que son constantemente demandados por los lectores, pero que están desaparecidos. Son textos que simplemente no se han vuelto a imprimir. Me cuenta, que a diferencia de hoy, donde compartir textos es cada vez más fácil gracias a las plataformas digitales, hace nueve años, cuando comenzó el proyecto, no era tan así. “Era una mirada bien antigua en el sentido en que uno sigue pensando en la forma tradicional de circulación del texto, ¿te fijas? (…) Lo natural en uno era decir ‘bueno, hay que publicar’. Y publicar a la antigua, publicar un libro. No un libro digital, sino publicar un libro impreso, así como…¡como Gutenberg!”, bromea. “Esa fue la primera motivación. Ahora, yo creo que hay una segunda motivación, que en realidad tiene que ver con que…no sé si es una motivación o en realidad es como un espíritu un poco indomable que se tiene a veces de querer hacer más cosas, de no estar tranquilo.”
Paula me cuenta que al decidir qué publicar o no, no solamente basta la calidad de un texto. “Para mí eso es solo el comienzo. Primero, porque el texto puede ser muy bueno, pero tiene que mediar un contrato, tenemos que firmar ese contrato, tenemos que fijar los royalties, tenemos que ver si va a haber adelanto o no va a haber adelanto, cuántos ejemplares, qué extensión tiene, si disponemos de los recursos o no, en qué momento lo vamos a publicar o si hay que exportarlo”.
En relación a su línea editorial actual ¿”Cómo se fue perfilando hacía la filosofía, estética, teoría y crítica de arte?”, le pregunto. “Porque vimos que en el tema de la estética en general había mucho texto aquí en Chile y todavía no había publicación de textos de estética y tampoco de filosofía. (…) Vimos que era un nicho que podía desarrollarse dado que había buenos ensayistas aquí.” La apuesta de Paula y Sergio alertó ser exitosa cuando, en el 2006, Pablo Oyarzún, en ese momento decano de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, gana el premio entregado por el Consejo de la Cultura en la categoría Mejor Obra literaria de género ensayo. “Imagínate que era nuestro quinto libro publicado, y saca el premio al mejor ensayo. Fue como: ‘Oye, lo estás haciendo súper bien, sigue adelante’ ”
Al principio mantuvieron su línea canónica. Luego del texto de Pablo Oyarzún, publicaron El fragmento repetido de Willy Thayer. Muy distinto al panorama hoy, donde la editorial parece buscar autores cada vez más jóvenes, osados o desconocidos en nuestro país. “Lo que pasa es que la línea cambió en algún momento cuando nos dimos cuenta que teníamos que ampliar la cantidad de ejemplares por edición, los 500 ejemplares que hacíamos eran imposibles para crecer. Es imposible del punto de vista económico porque el precio con 500 ejemplares es muy alto y porque esa cantidad no te permite llegar más que al mercado chileno. Ahora, 1000 ejemplares los vas a agotar en tres años, pero con Entre Celan y Heidegger nos pasó que como ganó el premio, el consejo compró 300 ejemplares y agotamos el libro al tiro. Entonces dijimos, hay que sacar mil para bajar el precio de venta, aunque nos quedemos sobre stockeados.” La miro con cara de perplejidad, claramente, a lo que agrega con tranquilidad “Lo que es un poquito irracional ¿no? Porque tu asumes el costo del bodegaje, más el costo de los ejemplares que no alcanzan a cubrir el costo de la producción. Pero ahí también necesariamente tuvimos que abrir otra estrategia. Y la estrategia fue abrirnos al mercado nacional e internacional. De ahí en adelante tenemos una línea que es muy chilena, de autores jóvenes. Incluso algunos con temas chilenos, que le interesan prácticamente solo a Chile. Pero además tratamos de tener una línea que es muy exportable. Esa línea exportable requiere necesariamente de una línea de traducción. Y esa línea de traducción es la que nos permite exportar a nuestros ensayistas más jóvenes”.
¿Ah?, estarán pensando. Lo mismo pensaba yo, y con la misma cara de perplejidad le pregunto que a qué se refiere. “Por ejemplo” continúa Paula “yo compro los derechos de Bailly” (el autor de El animal como pensamiento).“Lo traducimos, lo publicamos y al publicarlo lo vendo afuera. Porque en Chile se vende poco, pero afuera se vende. Entonces si me lo piden de Colombia, para poder hacer el peso, porque hacer eficiente una exportación o una importación en ese caso, tiene que tener un peso de al menos de 50 kilos. Pero Bailly es delgadito, puedes pedir 100 ejemplares pero pesan 25 kilos. ¿Te fijas? ¿Y los otros 25 kilos? Hay que poner otros libros. Entonces ahí los tipos me dicen ‘Ya, de Bailly cien y mándame diez de acá, diez del de más allá, etc.’” Ahí es donde entiendo todo. Le pregunto entonces si “engancha” así otros autores menos conocidos con los más cotizados. “Claro” me responde sorbiendo lentamente de su taza de capuchino. “¿Y cuáles ‘enganchas’?” le pregunto “Los jóvenes. Principalmente a los jóvenes chilenos.”
En relación a eso, a la apuesta por ciertos autores más jóvenes o desconocidos, agrega “Siempre la publicación de un libro es una apuesta. De repente hay libros que a ti te hacen mucho sentido y tú dices ‘sí, publiquémoslo’. (…) Pero también cada texto tiene su tiempo. Nosotros no trabajamos con best sellers, entonces tampoco tenemos la urgencia del tiempo. O sea, sería maravilloso que se transformara en un best seller, pero sabemos que es muy difícil que eso ocurra y, por lo tanto, sabemos que ese texto es muy probable que se empiece a vender cinco años después. ¿Me entiendes?.”
De a poco voy entendiendo. Por ejemplo, Gabinete de lectura de Alberto Madrid Letelier, un libro de hace siete años atrás; La demarcación de los cuerpos de Rodrigo Zuñiga o Alfredo Jaar. La política de las imágenes, son libros, me cuenta Paula, que a diferencia de otros libros que pierden su valor, se van revalorizando con el tiempo. “Tanto así, que el estado tiene una política para la depreciación de los libros”, agrega.
¿Una qué?
“Los libros se deprecian, como si fueran bienes de capital” me explica Paula “Es una ley de fomento al libro, donde los libros tú los puedes depreciar. Entonces tu inversión en libros la puedes depreciar escalonadamente a partir del segundo año de publicación hasta depreciarlo completamente. Por eso puedes ver de repente, por ejemplo, a alguna editorial vendiendo libros a luca. Es porque ya lo depreció en su balance.” Eso, según me aclara Paula, lo hace el estado como beneficio fiscal para aquellos que invierten en libros.
En contraste con el carácter calmado y racional de Paula, el proyecto me parece cada vez más arriesgado y desgastante. En diez años la editorial no ha llegado a generar ganancias para sus socios, y toda la plata que ha entrado se ha reinvertido en más publicaciones. “Nosotros no tenemos ganancias todavía. ¡Todavía!” dice entre risas “¡Yo aún creo que en algún momento vamos a tener! Tú no me vas a creer pero, por ejemplo, el sueldo que tengo en la editorial son doscientos mil pesos. Por llevar todo. Entonces tú dices, a ver ¿tiene sentido esta cuestión? No tiene sentido, es lo más irracional que hay. Absolutamente irracional, pero te gusta.” , remata levantando los hombros y prendiendo un cigarro.
Luego de casi una hora conversando con Paula, veo que ya tengo que cerrar lo material y ahondar en lo espiritual. “¿Cuál es tu expectativa como editora? ¿Qué esperas de un autor?”, le pregunto. Lo piensa brevemente, el tiempo que le toma dar una calada al cigarro .“Ojalá que sea un texto crítico, arriesgado. En términos de forma y contenido. Eso, ojalá tuviesen riesgo, nos cuesta muchísimo encontrar textos con riesgo y textos críticos en general, sobre todo aquí en Chile. El chileno es un individuo que es muy condescendiente con el poder. Con el poder de la academia, del profe…entonces no existe un tipo que llegue y desarme la escena. Porque el otro individuo es el que le va a dar pega después. No puede llegar y desarmar el sistema. Entonces cuesta mucho encontrar a alguien que se atreva a responderle al sistema. Porque cuando tu conversas con los tipos, te tiran la crítica. Pero nadie la escribe”
¿Y hay fe en los jóvenes?
“Sí. Yo tengo mucha fe en los jóvenes. Creo que están armando su propio panorama, tienen sus propias revistas, tienen sus propios círculos. Son independientes mucho antes, aparentemente. Y eso los hace interesantes.”