Los invitamos a reírse y llorar de nuestra situación aprovechando las libertades de este medio que llega a su fin, aprovechando que puede soltar la mano y hablar desde la ficción, la ironía y la ira, aprovechando que puede colaborar aunque sea mínimamente a una apertura escritural o temática, pensando el arte de su época y su contexto, haciéndole justicia, escribiendo algo que a usted le gustaría leer.
Puede que esto que le anunciaremos le vaya a doler, lo angustie y desconcierte, que lo ponga incluso violento de la ira, así que le sugerimos se siente con una bebida en su mano y un teléfono en la otra para recibir esta noticia. Sí, después de más de 10 años, el proyecto arteycritica.org llega a su fin. Entendemos que esto pueda afectarle sobremanera, pero respire, tranquilo. Hay cosas peores, hay cosas más tristes y terribles en este país, cosas que hacen del cierre de una revistita llevada por aficionados algo insignificante.
Qué ocurrió, se preguntará desesperado. La respuesta es sencilla: lo de siempre. El juego del hambre que es nuestro campo ha hecho del fin de este proyecto un acontecimiento inminente. No solo porque se necesita efectivamente alimento, recursos, para hacer funcionar este proyecto como cualquier otro –para que no sea todo caridad, favores y sobreexplotación–, sino también iniciativa, rigor y por supuesto voluntades colectivas. La misión siempre fue contribuir a la emergencia de una escena escritural, joven, que mirara críticamente el arte contemporáneo local. Viendo en perspectiva esta cuestión se cumplió, pero a medias; una institucionalización prematura, y su consecuencia, el desinterés por explotar las posibilidades de la plataforma, hicieron que lentamente fuera perdiendo fuerza. Una fuerza interna, cabe recalcar, porque la revista fue consolidando terrenos exponencialmente en cada número. Siempre la paradoja.
Pero no comenzaremos a hacer ahora lo que nunca hicimos; Arte y crítica nunca se vanaglorió a sí misma por ser más de lo que en realidad era, pese a ser única en su clase en nuestro país. No nos vamos a autoelogiar por eso tampoco a estas alturas, esto solo nos ayuda a confirmar que, como debería ser hasta el fin de nuestros días, las aspiraciones van más allá del impacto próximo y visible. Esto es que pese al “éxito” del proyecto, un elefante blanco se hacía notar: Arte y crítica ya no estaba contribuyendo substancialmente a potenciar una transformación en la escritura sobre arte (estaba incluso replicando algunos de los vicios que fueron de hecho el motivo de su creación), una que hiciera algo por los diagnósticos tan presentes en sus textos. Visibilizar una crítica institucional se volvía una vez más sostener una pataleta, como quien grita desde el sofá hacia el televisor. No se cala así una pobreza que tanto da insomnio. Un insomnio por el estado del campo en general pero que afecta a la crítica de manera particular.
¿Y no es eso lo que también un crítico, dado nuestro contexto, debiese plantearse? Como cuando uno se detiene a mirar lo que ha hecho de su vida, miramos alrededor y nos preguntamos ¿qué tipo de contribución estamos haciendo a esos problemas? Difusión, visibilización, reflexión, archivo. Sí, claro. Pero no con la astucia y el ingenio suficientes. Seguir sosteniendo eso, como decisión en sí misma, estaba representando el peor vicio en nuestro medio: la inercia.
La inercia actual en la escritura nos ha llevado a replicar formatos, prácticas, ideas, tonos. La inercia nos ha llevado en la escritura a limitarnos a referir solo a un par de nombres, a un par de espacios, a un par de personajes. La inercia nos lleva a mirar bajo un mismo ojo miope, a no buscar, a decir los mismo, a no comunicar nada, a escribir cosas que jamás elegiríamos leer. Textos frígidos, estériles, aburridos. Textos con los que no nos pasa nada. Sostener algunas excepciones siempre le dio (y dará) un valor único a esta revista que se acaba. Pero, son pocas las excepciones, la verdad, confirmable, es penosa. Ni siquiera nos leemos entre nosotros mismos, no nos interesa. Escondemos nuestra situación vergonzosa, nos hacemos los tontos. Desacreditamos a quien lo visibilice, a quien se arriesgue a hacer algo diferente. Y porque somos un pueblo chico, ocupamos energía hablando mal de otros, sin desvelarnos por la falta de originalidad.
Y la colectividad que vemos en otros horizontes más prolíficos no parece contagiar a la crítica (en discusión, en proyectos integrales). Al contrario, los juegos del hambre hacen aflorar las versiones más tristes del individualismo desesperado. Nos preguntamos entonces dónde está esa molestia colectiva, ese escozor compartido que nos lleva a pensar en ficciones y épicas –que no sean las de los curriculums y las postulaciones a los fondos–: donde está el motor para pensar otra posibilidad para nuestra adormecida crítica, para seguir con la metáfora del Distrito 12. Donde está, por ejemplo, la fertilidad de otros mundos que otrora alimentaron una escritura sobre arte (literatura por ejemplo, teniendo tan cerca una nueva generación de escritores jóvenes que sí están renovando su escena). Donde está la explotación de estos nuevos mundos que parecen solo desgastarla (internet, la esfera pública de la redes, la actual televisión). Donde está la integración de las artes (medial, cinematográfica, escénica, musical) operando también en nuestro terreno. Incluso, si no queremos abandonar el lenguaje sofisticado, nuestros padres podrían decirnos, donde está el rigor y la elegancia. Y, finalmente, por qué no usamos las herramientas del arte contemporáneo para leer la realidad siendo que está en nuestras manos –literalmente–; dónde están los Estudios culturales, visibilizándose, ocupando como insumo la efervescente tragedia del cotidiano chileno como tema y la esfera pública chilena de los medios masivos como soporte. O no somos tan inteligentes como creemos ser o nuestra capacidad crítica se ha vuelto cínica e inoperante.
Amnésicos, olvidamos que no siempre, o no toda, la escritura sobre arte buscó hacer sentir estúpida a “la gente”. Y esto no quiere decir que por olvidar el replegamiento haya que saltar al barco del periodismo. No, no. No quiere decir que haya que actuar desesperadamente, con todo respeto. Necesitamos proyectos que se replanteen esta situación. Necesitamos otra cosa. Necesitamos “salidas”. Experimentalidad, error, gasto. Que el cinismo propio de nuestra identidad desemboque en algo que construya bases para trasformaciones, como vemos sí lo están haciendo otras mediaciones (educación y arte, por ejemplo).
Es por esto que, en la línea de este burdo manifiesto, decidimos esparcir el penoso final y abrir la voz a quienes quieran pronunciarse sobre la escritura y la tarea de la crítica en particular y el problema de la recepción de arte en general. Los invitamos a reírse y llorar de nuestra situación aprovechando las libertades de este medio que llega a su fin, aprovechando que puede soltar la mano y hablar desde la ficción, la ironía y la ira, aprovechando que puede colaborar aunque sea mínimamente a una apertura escritural o temática, pensando el arte de su época y su contexto, haciéndole justicia, escribiendo algo que a usted le gustaría leer.
“Hoja de Ruta” enviada a los redactores para la elaboración del nº 11 y final de la revista