Actos conmemorativos en distintos puntos de Santiago, lanzamientos de libros, lecturas de “El hombre imaginario” simultáneas en todo el país, exposiciones, biografías ilustradas, especiales de televisión, documentales, intervenciones urbanas, incluso conciertos de piano y espectaculares juegos de luces.
Nicanor Parra toma desayuno en alguna de sus casas. Apenas hay luz, vierte el agua hirviendo sobre el plato de avena, mira hacia la cámara y revuelve con lentitud. Una, dos, tres veces en menos de un mes, he visto transcurrir en internet, cine y televisión ese misterio que va de la cuchara a la boca. De fondo la tetera humeante, su chaleco de lana gruesa y la cocina en penumbras. Se trata de un fragmento de Parra 91, de Lotty Rosenfeld y Gloria Camiruaga (1991), uno de los documentales sobre Parra que distintos canales de televisión han vuelto a poner en escena.
Como diría W. Benjamin a propósito de la famosa reproductibilidad técnica, el centenario de Parra ha traído a la pantalla grande y a la chica, incluso a la superficie de grandes edificios públicos, una porción considerable de ese inconsciente óptico que respecta a la vida privada del antipoeta. Vida privada que en un solo pestañear, a la velocidad del pdf, del torrent o del celuloide, se vuelve pública. Espacio al que accedemos esta vez, no tanto por su escritura, sino que por el grano fotográfico del rostro y el registro electromagnético de la voz.
Actos conmemorativos en distintos puntos de Santiago, lanzamientos de libros, lecturas de El hombre imaginario simultáneas en todo el país, exposiciones, biografías ilustradas, especiales de televisión, documentales, intervenciones urbanas, incluso conciertos de piano y espectaculares juegos de luces. Todo eso trae la marejada de los cien años de Parra, que diversas instituciones y agentes culturales, tanto privados como estatales, pasando por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, TVN, la U. de Chile, la UDP, el GAM, han decido tender las redes y rescatar del mar.
I. Transmisión en directo
Un escenario, Plaza de la Constitución, noche.
Es 5 de septiembre. Los poetas bajaron del Olimpo, y sin embargo, a pesar de ser esa su “primera y última palabra” 1 , su rostro, de kilométricas nariz y boca, se toma la fachada de la moneda 2.
Como una suerte de fantasmal Allende, el holograma de Nicanor Parra recita El hombre imaginario desde el balcón presidencial. Su voz reverbera cientos de metros a la redonda, tal como esa misma mañana a las 12:00 am lo hicieron las voces de quienes se sintieron convocados a recitar, en bibliotecas, municipios, salas de clases y oficinas estatales, esos mismos versos. Hacia la mitad del poema el sonido grave del órgano incita la emoción y los vítores del público, que se congrega entre Agustinas, Morandé, Moneda y Teatinos. Es su nieto el que está al piano, dirigiendo el homenaje. Chaqueta de domador de leones roja, frente a las autoridades, y para todo el mundo, por la señal online de TVN.
Parra 100. ¿Aló, con la casa de la cultura?
Tres estudiantes dibujan el GAM desde la vereda del frente, sentados en la cuneta. El rostro de Parra irrumpe tres veces en el diseño del edificio, impreso en enormes gigantografías. Al interior, edificio B, piso -1, la sala Artes Visuales acoge las más de cien fotografías seleccionadas. Entre archivo familiar y obras de fotógrafos destacados como Larraín, Poirot, Errázuriz o Brantmayer, los cien años de Parra se presentan cronológicamente, en 112 imágenes ampliadas, a gran escala y en riguroso blanco y negro.
Una línea de tiempo titulada “Parra, los primeros 100 años” se roba el protagonismo de la primera sala a lo largo. Resumen gráfico de lo que será la muestra, la línea de tiempo vuelve literal y transitable el espíritu de ‘cronología ilustrada del Parra íntimo’ que, como señalan los curadores, tendría la muestra. Fotografías, apuntes mecanografiados y documentos, teléfonos que cuelgan del techo con la voz de Parra recitando en rotativo, pantallas y televisiones con documentales y reportajes de su vida y obras, pero sobre todo fotografías.
Paseando entre las cajas de luz que resplandecen cada una con un pie de foto alusivo a una anécdota o pequeña historia de la vida del antipoeta estructurada de acuerdo a una cronología de producciones y logros, da la sensación de dar vueltas al interior de un enorme zootropo de su vida. Nos movemos en los intersticios de un diaporama que como en la fachada del edificio, a ratos supera la escala humana.
Fotografías de él. Su rostro niño, con sus padres; su rostro adolescente, liceano; su rostro matemático, profesor, padre, amante, esposo, en el extranjero, separado, vuelto a casar, nuevamente padre; su rostro premiado, viajero, con sus varias mujeres y en sus distintas casas; su rostro junto al rostro de su elegante perro, su rostro y su escarabajo gris, su rostro en las cruces; su rostro repetido cientos de veces, en una suerte de radiografía cuadriculada de tiras de prueba, donde la variabilidad de poses se acelera, dejando al descubierto la repetición de un gesto que se impone: la mano sobre la cara.
- Vista general 100 años Parra, GAM, 2014.
- Detalle Parra, GAM, 2014.
- Vista general “Anacoreta”, GAM, 2014.
Parra se tapa y se muestra a la vez, incrustado en esas grandes manos que lo oscurecen y anteceden, como si posara de artefacto y supiese de antemano el destino pop de esas imágenes; material para una infinidad de otros tantos Parra coleccionables. Extraídas del secreto y el recuerdo, del revoltijo de la experiencia y las corrientes subterráneas de la vida de un hombre, estas imágenes encontradas por su nieto, luego del terremoto del 2010 en una maleta, detrás de un revoltijo de libros en la casa de La Reina, dejan su condición de ruma y cachureo enmoheciéndose, para devenir archivo. Colección catalogable, que se cura, monta, edita y expone, transformándose simultáneamente en masiva exposición fotográfica y ostentoso libro de mesa.
La maleta, que ahora se sostiene en el aire, suspendida en un espacio negro, encuadrado por gruesos vidrios, hace las veces de reliquia. Huella de celuloide o algún otro material rígido, de color negro y bordes acerados, donde alguna vez estuvo el ‘Parra íntimo’, ‘la persona más que el personaje’, ese que aunque toquemos su rostro con la palma de la mano, no volveremos a encontrar. Parra se ha mediatizado; no por nada en en los diarios y la televisión, casi por una semana, los titulares y cuñas abusaron del prefijo anti y de la palabra imaginario.
En este sentido, la exposición de estas fotografías personales guardadas de la luz por años, intenta –sin saberlo– reconstruir por fragmentos su irrepetible lejanía. Deificar año a año su vida, explicitar la potencia de su imagen y redibujar de paso su aura. Esa que él mismo abdicó al desplegar el tobogán de seguridad desde el Olimpo, esa que desmitificó a machetazos, presentándose como albañil del lenguaje de todos los días, de la tierra firme, y no de las nubes.
Igualmente suspendidos, una decena de teléfonos negros cuelgan del techo del GAM. Como si Parra aguardara detrás de un poste para llamar al transeúnte que pasa junto a una cabina telefónica en plena calle, al acercarse, el visitante de “Parra 100” contesta y escucha la voz del poeta recitando. Como si se tratara de un autogol, el centro cultural GAM presta los auriculares para impulsar la sinapsis faltante entre la locación y el sí, conchetumadre del célebre artefacto.
- “Manifiesto”. Obra gruesa, Santiago, Universitaria, 1969. ↩
- https://www.tvn.cl/especiales/parra100/celebramos-los-100-anos-de-nicanor-parra-1404303 ↩