Arte y Crítica

Crónicas - julio 2012

Cruzar la calle a veces no es tan fácil: sobre nuestros recorridos urbanos

por Pablo Rivera Navarrete

Y si, en un caso peor, fuese atropellado, ¿no sería quizás subido a Youtube, donde mi accidente se volvería algo jocoso, digno de ser compartido?
Fotografía de Vicente Hernández

Camino por la ciudad y me veo detenido junto a otros transeúntes. Detenidos frente a un cruce de calles, lo que implica una mixtura, un lugar de paso, una breve pausa mientras se recorre la ciudad. Miro el semáforo en rojo, los escaparates, los automóviles, la gente, los perros, los edificios, uno que otro árbol, el dibujo de la polera de cierta persona, las zapatillas que usa otra. Imágenes, en resumen. Si fotografiara lo que veo, luego podría destazar la imagen. Desglosarla en diversos productos, diseños, objetos. Podría, por ejemplo, identificar el modelo de cierto auto, el año de su fabricación, qué compañía lo hizo, dónde y cuánto cuesta. Todo objeto que revisase me diría distintas cosas y yo podría verlas a través del tamiz de una cierta disciplina: la historia del arte, la filosofía, la sicología, la antropología o la sociología. Incluso desde vertientes cruzadas, como los imaginarios sociales o la “tercera cultura”. Si lo pensamos así, un simple cruce de calles se puede volver  un cruce disciplinario, un terreno en eterna disputa.

Para el común de los mortales un cruce de calles es sólo un momento de detención, un inevitable obstáculo. Ha de estarse atento a interpretar el color de las luces del semáforo, los movimientos de la gente y los vehículos, a ubicar ciertas líneas en el pavimento. Tal vez se repare en un escaparate que pueda anunciar algo para aliviar alguna necesidad o deseo.

Inmersos en un mundo de imágenes, domesticados por una completa extralimitación y proliferación de ellas en el espacio público, no hay mucho tiempo –ni ganas– para detenerse a interpretarlas o pensarlas en su conjunto. Cualquier texto que versase sobre ello para alguien ajeno a esos conocimientos sería visto como una exageración, algo innecesario, un mero devaneo ocioso sobre un tema “natural y cotidiano”.

Tal vez sea necesario detenerse –como si fuese un cruce, aprovechando la oportunidad de detenerse que un cruce de calles entrega– para pensarlas de vez en cuando. Pero como exigirlo, sobretodo cuando veo a alguien como la chica de la vereda de enfrente, usando lentes de sol –un filtro para la luz solar, por ende para el color–escuchando música y viendo la pantalla, inmersa en su propia selección de imágenes y sonidos, en un pequeño submundo personalizado que gracias a la tecnología permite ser llevado a todas partes.

En un mundo plagado de imágenes, donde cualquiera  puede volverse un fotógrafo-camarógrafo –a través de un celular o la máquina que sea mediante–, producir imágenes y consumirlas es algo muy común. Si me cayese mientras cruzo, ¿acaso no sería fotografiado y subido –como imagen– a alguna cuenta de Facebook? Y si, en un caso peor, fuese atropellado, ¿no sería quizás subido a Youtube, donde mi accidente se volvería algo jocoso, digno de ser compartido? Esa mediación, esa serie de conversiones de registros, archivos, de técnicas de registro y difusión, ¿acaso no representan un espacio abismal entre el registro y la realidad, entre mi (hipotético) dolor físico y el higienizado colorido del pixel?

En un mundo demasiado complejo y caótico, siempre contingente y cambiante, la imagen entrega ese espacio de detención. Un respiro, una pausa, una espera ante el semáforo, ante la tecla que permite pasar a la siguiente serie de imágenes de un Tumblr, como la chica que acabo de ver podría hacerlo en su celular.

Categoría: Crónicas

Etiquetas: , , , ,