Hacer un festival para la gente del centro de Santiago, que sientan la calle como su casa. Me parece un concepto tan simple como pertinente, en una época en la que el espacio público se ha convertido en privado.
Lo primero que tenemos que hacer es situarnos. Busco en el mapa del sitio web del festival dónde tienen lugar las intervenciones. Una lluvia de flechas Google invade el gráfico. Salgo a la calle en búsqueda de la primera y confirmo cómo muchas veces lo más sencillo es lo más eficaz; una gigantesca flecha “google” colgada por una grúa sobre la estatua de Baquedano, militar y presidente chileno del siglo XIX. Bueno, para ser más exactos, indicando la parte trasera de su caballo, “Diamante”. Obra del Grupo Grifo que provoca las primeras risas. De este colectivo artístico es también una intervención en los letreros luminosos de la autopista de Santiago de Chile, con mensajes paródicos como “Fui al baño y vuelvo” o “Soy el cartel y hoy me tomé el día libre”. La intencionalidad de las actividades de este grupo señalan la desmedida dependencia por los Iphone, Blackberry y demás aparatos demoniacos con mucho humor. Uno de sus integrantes, Felipe Zegers, es el creador del Festival.
Felipe me comenta que la idea surgió tras acudir al festival urbano Al-Zurich de Ecuador, y que el nombre, “Hecho en Casa”, simplemente proviene de la misión de las actividades de querer hacer un festival para la gente del centro de Santiago, que sientan la calle como su casa. Me parece de nuevo un concepto tan simple como pertinente, en una época en la que el espacio público se ha convertido en privado; las plazas no pueden ser utilizadas por la gente sin permiso previo, los bancos se construyen para que nadie pueda tumbarse encima, la publicidad lo invade todo y las esculturas públicas son encargos políticos de estética dudosa. Las plazas públicas son extensiones de los living de los poderosos. Así me lo explicó Felipe Zegers; “la intención del nombre es poder decir: Santiago es nuestra casa”. Y durante diez días, la veintena de artistas participantes son los decoradores del hogar.
En esa línea de trabajo ha transitado el colectivo Park(Ing) Day, convirtiendo estacionamientos de autos en mini-parques con bancos. Pagando, eso sí, la tarifa del parquímetro. La reivindicación de la ciudad como espacio habitable es el mensaje de estas acciones. En otro sentido actúan las creaciones de Curutchet, con su robot de cartón que escala el puente sobre el Río Mapocho amenazando a los transeúntes. Puede ser también la consecuencia tóxica del contacto de un vagabundo envuelto en sus cartones con el Mapocho. Porque si Santiago de Chile genera un monstruo, este saldría del río, con su basura flotante, su color té americano y sus olores sospechosos. La otra oferta grotesca es la del colectivo Yomonstro, quienes han mutado al Centro Cultural Gabriela Mistral, junto con la participación de los asistentes a un taller, en un bicho con decenas de ojos multicolores. Por su resultado y profundidad, sobre todo estas dos últimas intervenciones me llevan a una reflexión acerca del festival, pero si abrimos una panorámica puede ser extensible a todo el arte contemporáneo. El carácter infantil y adolescente de las propuestas actuales.
Ciertamente el mundo actual se ha infantilizado, y la adolescencia se ha prolongado de manera artificial por motivos comerciales y políticos. La raíz del problema es la deficiencia de los sistemas educativos y la espectacularización de la cultura. Reflejo de todo ello, los artistas han optado por continuar con esa banalización y aturdimiento de los sentidos. Analizando con seriedad este festival, vemos cómo una oportunidad para proponer obras de calado que pueden llegar a todo ciudadano queda desperdiciada en favor de unas instalaciones cómplices, conformistas y superficiales. Muchos dirán que a veces hay que relajarse y divertirse, reirse un poco y no tomárselo tan en serio. A veces sí. Siempre, no.
Mi segunda crítica negativa del festival es también extensible a casi todas las actividades que llevan el apellido “urbano”. Una cultura y una estética concreta se apodera de la calle; el graffiti, los skater y el hip-hop. Lo cierto es que al acudir a sus actividades, comprobé que los únicos que se lo pasaban bien eran ellos. El público era bastante indiferente. No tengo nada en contra de los grafiteros, al contrario, pero cuando sus propuestas demuestran una falta de originalidad, un repetición de tópicos, y una ausencia de calidad, sí. Cuando se sitúan en el centro de la escena, pero sin abandonar su ghetto y sin abrirse al público, también. Cuando hablamos de su aporte a un festival que se relaciona con sentir Santiago como la casa de todos, tenemos que ser más exigentes. Los históricos “Mono” González y la Brigada Ramona Parra son capaces de superar esos complejos, pero el resto palidece y empequeñece la buena labor del comité organizativo.
Por equilibrar, repaso brevemente otras intervenciones que, sin dejar de lado el humor, han logrado generar un contenido reflexivo, de corte histórico y político. Ello por no citar nuevamente el subtítulo del festival; Intervención urbana, que me hace pensar tanto en los graffiteros como en el Golpe de Estado de Pinochet y la CIA. Por ahí van los tiros (disculpen el chiste malo). Casagrande con su obra “King Kong” ha recreado la figura de Pinochet en formato gigante como un hinchable, que ha situado atacando diversos emplazamientos simbólicos. La venganza del dictador que quiere volver a las instituciones. Piromany, por medio de un efecto audiovisual, simuló un incendio en el interior de la Biblioteca Nacional. Y por último, Sebastián Errázuriz, en mi opinión uno de los artistas más en forma del panorama chileno, ha convocado a los transeúntes para que voluntariamente se convirtieran en directores de orquesta durante unos minutos. Una referencia, según él, al acceso a una educación de calidad y a la cultura, los dos grandes problemas del país. Que estas tres obras sean algo más que chistes u ocurrencias está asegurado, ya que en Chile aún hay muchos traumas no superados, sobre todo en lo concerniente al pasado dictatorial (aún hoy se convocan homenajes públicos a Pinochet).
Otra de las obras de esta primera edición ha sido el neón “Hay más futuro que pasado”. Me quedo con esa frase tan optimista para no hacer tan larga la espera de la segunda edición del 2013, que esperemos muestre mayor cohesión, calidad y sobre todo, madurez. Esta primera ha sido necesaria, sobre todo por su reivindicación del espacio público.