Arte y Crítica

Críticas de Arte - julio 2014

“Esto es un proyectito”: apuntes para la novela Papas Fritas

por Daniel Reyes León

El dispendio, como forma de manifestar públicamente una inequidad, injusticia o postura radical, es una forma de testarudez simbólica en la cual el producto, la cosa, su materialidad y valor de cambio, se ven reducidos en favor de una autonomía simbólica.

El martes 16 de diciembre de 1773, los colonos de Boston, organizados bajo Hancock, y luego de una serie de problemas con las decisiones impositivas del parlamento británico, decidieron organizadamente y durante cerca de tres horas, tirar por la borda el té de tres de los barcos de la Compañía Británica de las Indias Orientales. Conocido como el Boston Tea Party, este acto de destrucción de la importación de té a las colonias norteamericanas se considera uno de los principales antecedentes para la revolución y posterior guerra de independencia, que llevó a construir una de las naciones más poderosas de la actualidad. Y si volvemos a la revolución francesa, la bolchevique, incluso las revueltas aztecas o romanas datadas en las diversas épocas del globo, siempre vamos a encontrar un acto de dispendio que involucra una ruptura de la equidad entre valor de cambio y valor simbólico como inicio de una revolución. Cuando las cosas se vuelven inconvertibles, intransformables y adquieren un valor en sí mismas, la tautología se encarga de radicalizar su simbolismo, entrando códigos ajenos a su potencial transacción.

El dispendio, como forma de manifestar públicamente una inequidad, injusticia o postura radical, es una forma de testarudez simbólica en la cual el producto, la cosa, su materialidad y valor de cambio, se ven reducidos en favor de una autonomía simbólica. Contrario a lo que comúnmente se cree, la autonomía simbólica propia de las obras de arte no radica en su universalidad, sino más bien en una tacañería simbólica que hace de una singularidad un estado receptivo y perceptivo universal. El dispendio entonces, se transforma en un mecanismo muy poco analizado mediante el cual la cultura y sus productos –esencialmente inútiles en cuanto a funcionalidad– se convierten en armas políticas, potencialmente ideológicas.

Sin embargo, es la autonomía del arte y sus cánones, hambrientos de ser transformados, los que crean una cárcel a la circulación que el mismo combustible del arte exige. Podríamos hablar aquí de una gran paradoja, pero antecedentes hay y, así como los podemos encontrar en los grandes actos de destrucción que preceden las revoluciones, existen como una forma de intercambio institucionalizada. Marcel Mauss, primero, y Georges Bataille, luego, explicaban una forma de intercambio simbólico utilizado por las comunidades indígenas de la costa del Pacífico en Norteamérica, me refiero al “Potlatch”. El Potlatch, si bien es abordado por ambos autores como una actividad económica, se trata de una acto de dispendio mediante el cual una comunidad dilapida o despilfarra una gran cantidad de bienes con el fin de obtener un poder simbólico sobre las comunidades circundantes. En esta actividad, los autores describen incluso la quema de hogares o cosechas completas con el fin de significarse ostentosamente con la mayor dilapidación, para luego ser atendida en sus necesidades y servicios por las restantes comunidades.

Documento autodenuncia de Francisco "Papas Fritas".

Documento autodenuncia de Francisco “Papas Fritas”.

En el caso de Angusta Per Augusta y la quema deliberada de los pagarés de deuda, nos encontramos ante un diáfano enunciado, en el cual la institucionalidad universitaria de la Universidad del Mar –símil de un determinado tipo de educación puesta en jaque desde 2011 por el movimiento estudiantil– es expoliada mediante un acto de dispendio. La escisión entre economía y educación es planteada de manera que la economía de la institución se aleja de la autonomía de la educación mediante un Potlacht, donde el significante artista adquiere valor agregado y se convierte en héroe. El documento de deuda de los alumnos que no reciben la educación prometida, se convierte en toneladas de té tirados por la borda, en esclavos Aztecas generando ríos de sangre desde una pirámide o en una bastilla incendiada. El acto es, a todas luces, republicano y masón, y de paso asesina toda opción simbólica al derecho de cobrar que el actual administrador de la Universidad del Mar pudiese haber tenido.

Aun así, lo más significativo se va dando con el devenir del tiempo, cuando la provocación legal de la autodenuncia que hace Papas Fritas, se transforma en un equipo de peritaje de la PDI. Vamos por parte. Papas Fritas genera otro acto en torno a un documento, realiza una autodenuncia en el 7º tribunal de garantía de Santiago. Así como en los mejores tiempos del boxeador Martin Vargas, él se trata a si mismo en tercera persona, de manera que Papas Fritas denuncia a Papas Fritas.

Como podemos ver, este documento detalla el proceso de construcción, el cual incluye una simple y precisa descripción de los hechos, así como del plan de exposición en un –de refilón– criticado GAM. Si vamos a hablar de una novela, más que los antecedentes teóricos e históricos respecto a la dilapidación como anticipo revolucionario, la aparición de la PDI es clave, ya que determina su condición. El suspense performático de toda la maniobra y la participación de organismos de la Policía de Investigaciones traduce la duda en hechos, y nos propone bajo una ‘obra investigada'; pero no por críticos, historiadores o artistas, sino por peritos policiales. De alguna forma, todo artista tiene el deseo latente que su obra sea investigada, y el acto romántico de las cenizas –”¡He quemado toda mi obra!”–, de hacer que los peritos tengan que escarbar en las cenizas –”¡Morder el polvo!”–, genera una poética potente que desborda el crimen y su encubrimiento, supera a la víctima y al victimario. De alguna forma, la dilapidación simbólica de Papas Fritas se contagia hasta la sociedad policial, dejando de lado la latencia de su verdad en una auténtica obra abierta.

Recorte de prensa diario "La Epoca", viernes 20 de octubre de 1989.

Recorte de prensa diario “La Epoca”, viernes 20 de octubre de 1989.

La necesidad de Papas Fritas por institucionalizar su activismo se ve reflejada en la autodenuncia, un documento que cobra ribetes de manifiesto y que detalla los inicios de la novela. El comienzo de su enunciado, así como la saga de videos que la documentan, configuran una apología de lo conocido, pero bajo una forma aún desconocida, donde ética y estética son desbordadas, la primera por su conflicto legal, la segunda por el recurso de remezcla que nos lleva por el imaginario televisivo. Como menciona Luis Camnitzer en un posteo de Facebook sobre esta obra: “al asumir la responsabilidad de sus actos pone al público y a las autoridades en el dilema de evaluar una situación legal contra una situación ética”.

Ya es bien sabido el rechazo a la estupidez de una educación de mercado, así como la debacle que esta misma anticipa entre ética y legalidad. “En tiempos sombríos, las imágenes y las palabras tontas son difíciles de sobrellevar” 1, por lo tanto, asimilar el uso de la imagen para activar las complejidades del sistema operativo de Papas Fritas, nos hace pensar si efectivamente estamos en tiempos sombríos. La estafa de dicha universidad es sombría. La actitud heroica del artista y esa cristiana disposición al sacrificio nos hacen pensar que la victimización resta validez al acto de dispendio. Es decir, hasta el momento toda la estrategia al modo Assange (wikileaks) no ha sido más que una articulación de las propias paranoias del artista, evidenciadas en cierto mesianismo evangélico de su discurso. Esto debido a que, principalmente, Papas Fritas asesinó a su oponente antes de entrar a pelear.

PDI peritando la obra "Angusta per Augusta" de Papas Fritas, cortesía Radio Villa Francia.

PDI peritando la obra “Angusta per Augusta” de Papas Fritas, cortesía Radio Villa Francia.

Los videos conforman otra documentación de cara al show, al espectáculo asimilado de todo este despliegue llamado “Proyecto Combi”. Este incluye un plan, un arduo proceso de trabajo a lo largo de varios meses, una exposición, una denuncia, una serie de videos, una serie de comunicados, una exposición en GAM, publicaciones en medios, el uso kamikaze de la furgoneta expuesta en GAM durante las manifestaciones del 21 de mayo y los subsecuentes análisis como el que estás leyendo. En este sentido, los videos publicados por Cordones Audiovisuales se pliegan a una lógica de dispositivo, donde todas las partes se complementan bajo un discurso de significación fácilmente asimilable por la masa. Es justamente este aspecto de show, de espectáculo el que permite afirmar la precisión del despliegue de Papas Fritas, quien ajustando una serie de operaciones, nos propone al artista como héroe, sin miedo a la exposición pública ni al show, transparentando la egolatría como un modus operandi para indicar y activar, simultáneamente, la denuncia y la emergencia de un arte táctico y directo, más semejante a un virus de software que a una crítica intelectual de la escena de avanzada. Por último, cito el cierre de Gerardo Mosquera en su charla del 20 de junio en el MAC: “Las utopías son un buen lugar y, a su vez, un no lugar”.

  1. Farocki, Harun. Desconfiar de las imágenes. Caja Negra Editora, 2013, p. 163.

Categoría: Críticas de Arte

Etiquetas: , , , , , , , , , , ,

Comparte

Comenta

Conectar con Facebook

*

Los campos requeridos están marcados con un asterisco (*)